Entre Avigliana y Turín, de paseo con Dalia y su Olivetti roja

Con motivo de la publicación de La chica de la máquina de escribir, Desy Icardi nos lleva de paseo por alguno de los escenarios de la novela

A la espera de poder organizar para vosotros, queridos lectores, un paseo literario como el que tuvo lugar el pasado mayo con motivo del Salón del libro de Turín para El aroma de los libros, os propongo un recorrido virtual por los lugares que sirven de telón de fondo de mi última novela, La chica de la máquina de escribir.

Desde joven, Dalia, la protagonista de la novela, trabajó como mecanógrafa durante el siglo xx, acompañada siempre de su máquina de escribir portátil, una Olivetti MP1 roja.

En los años noventa la encontramos, ya con setenta y tantos, lidiando con las secuelas de un ictus leve que ha borrado los últimos meses de su memoria. Los recuerdos de Dalia aún no han desaparecido, pero sobreviven en la memoria táctil y pueden encontrarse en las yemas de sus dedos gracias al contacto con las teclas de la Olivetti MP1 roja.

En el teclado de la máquina de escribir, Dalia recorre su vida, desde la juventud provinciana, pasando por los años de la Segunda Guerra Mundial, hasta llegar a su «pequeño accidente», el ictus que ha ofuscado parte de los recuerdos.

 

Avigliana

Dalia transcurre su infancia en Avigliana, una agradable localidad en la provincia de Turín famosa por sus lagos, la arquitectura medieval y las innumerables leyendas que la envuelven de belleza y misterio.

Estamos en la primavera de 1940 y Dalia, en el sillín de su Bianchi Suprema, recorre las pintorescas calles de Avigliana para ir al despacho del contable Borio, su jefe. El despacho del contable se halla bajo los soportales medievales del casco antiguo, cerca de la sugestiva piazza Conte Rosso.

Dalia se dirigió hacia piazza Conte Rosso; la mercería de la señorita Marietta estaba a un tiro de piedra y el breve trayecto hacía innecesa­rio el uso de la bicicleta. Frente a ella estaba el monte Pezzulano, co­ronado por las grandiosas ruinas del castillo; a la derecha, el edificio del ayuntamiento, con el reloj de sol en la fachada, y, casi enfrente, un pozo, antiguo y grande, en cuya oscura boca los niños vertían cancio­nes y trabalenguas infantiles para que el eco los devolviera.

Otro lugar que ama la protagonista de La chica de la máquina de escribir es el lago Grande de Avigliana, en cuyas orillas la chica pasea por las noches, fantaseando sobre leyendas antiguas.

Una ligera niebla comenzó a levantarse de la superficie del lago; de pequeña, paseando con Dorina, ya había sido testigo de ese fenómeno, que era muy pintoresco cuando se observaba al atardecer y se estrechaba la mano a un ser querido, pero bastante inquietante ahora que estaba sola de noche. Dalia pensó otra vez en las historias que le contaba Dorina:

—¿Ves esa neblina que se levanta del agua? —le decía—. Es el hada del lago, que nos está saludando.

Dalia agitó la manita en señal de saludo, esperando que el hada, al menos una vez, tuviera la cortesía de mostrarse con sus espléndi­dos rasgos. Otras veces, en cambio, Dorina afirmaba que la niebla era el fantasma de un príncipe que, el primer día de invierno de un año muy lejano, se ahogó, cuando solo tenía veintiocho años, en las frías aguas del lago. Más tarde su padre le confirmó que el suceso había ocurrido realmente; el príncipe en cuestión era Felipe II de Saboya-Acaia, condenado a muerte en 1368 acusado de traición por Amadeo VI de Saboya, conocido como el Conde Verde.

 

Turín

En junio de 1940, tras un corto noviazgo, Dalia se traslada a Turín con su marido, el escritor Nuto Cerri, que publica novelas por entregas en las páginas de La gazzetta del popolo, periódico histórico de Turín cuya sede se hallaba en corso Valdocco, esquina con via Garibaldi.

La pareja vive en un piso pequeño en via Milano, a pocos pasos del gran mercado agroalimentario de Porta Palazzo.

«La despensa de Turín», así es como alguien llamaba al barrio de Porta Palazzo, cuyo mercado de alimentos servía a la mayor parte de las mesas de la ciudad, mientras que con su rastro vaciaba y volvía a llenar de baratijas las casas de Turín.

En cuestión de pocas semanas, Italia declara la guerra a Francia e Inglaterra, y Dalia ve a Turín pasar de ser una ciudad próspera y vivaz a un lugar triste y oprimido a causa de la pobreza.

Porta Palazzo durante la guerra... Los que no lo han visto no pueden imaginarlo.

Era una despensa vacía, pero no abandonada y polvorienta, porque la gente del barrio seguía apañándoselas como podía y los gritos de los vendedores seguían resonando con fuerza, a pesar de que en sus puestos no había más que alguna patata nudosa y media docena de huevos.

Mientras arrecia la guerra y la ciudad se ve torturada por los bombardeos, Dalia, sola después de que el marido se alistase voluntariamente, encuentra trabajo y alojamiento con el abogado Ferro, personaje que ya apareció en El aroma de los libros, cuya casa-biblioteca está situada en via del Carmine, a pocos pasos de la encantadora y misteriosa piazza Savoia.

Rosina vive en el quinto piso, en un ático luminoso cuyas buhar­dillas se asoman a piazza Savoia, en el centro de la cual se encuen­tra el obelisco que conmemora las leyes Siccardi. Siempre te ha parecido bastante irónico que, para conmemorar las leyes que abolieron algunos privilegios del clero, Turín no haya elegido un monumento de carácter laico, sino un obelisco, un símbolo mági­co y pagano nacido en el antiguo Egipto como representación te­rrenal del dios Ra

Mi recorrido virtual termina aquí, pero aún quedan muchos lugares fascinantes y sugestivos que sirven de telón de fondo de las correrías de Dalia y que espero que queráis descubrir leyendo La chica de la máquina de escribir.

 

Desy Icardi

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