El misterio del manuscrito Voynich

Desy Icardi ha escrito un artículo en el que profundiza en el enigma del manuscrito Voynich, eje central de El aroma de los libros

Imaginaos que estáis en la bodega de una anciana tía vuestra, tal vez por un motivo muy prosaico, como buscar una lata de conservas, y que os topáis con un documento antiguo, escrito en un idioma desconocido para vosotros.
¿Qué podríais hacer para entender de qué se trata, sin preguntarle a vuestra tía, quien –que esto quede entre nosotros– cada vez rige menos?
Hasta hace unas décadas, llegar al fondo de un enigma tan pequeño habría supuesto innumerables horas de investigación en la biblioteca, pero hoy en día tan solo tenéis que empuñar vuestro smartphone, conectaros a Internet –siempre que en el sótano de vuestra tía haya cobertura–, y teclear las primeras palabras del documento para revelar su idioma; después de lo cual, utilizando un traductor en línea, podríais llegar a comprender, con bastante aproximación, el tema tratado.
A estas alturas, quedan poquísimos misterios que se hayan resistido al desarrollo científico y tecnológico, pero algunos aún escapan tanto a la comprensión humana como a las más modernas inteligencias artificiales, y uno de estos es el enigmático manuscrito Voynich, que quise incluir en la trama de mi novela, El aroma de los libros.
A la edad de catorce años, Adelina, la protagonista de mi novela, pierde misteriosamente su capacidad de lectura, pero, de manera igualmente inexplicable, adquiere la destreza de leer con su olfato. En contacto con un libro, Adelina percibe aromas que proyectan en su mente historias e imágenes; su olfato es capaz de interpretar incluso textos en lenguas extranjeras e inexpugnables códigos cifrados. Aunque Adelina intenta ocultar sus facultades, alguien las descubre y pretende servirse de ellas para revelar uno de los últimos secretos aún por resolver, es decir, el inexplicable manuscrito Voynich, el libro más misterioso de la historia de la humanidad.
El manuscrito Voynich es un códice ilustrado, hallado en 1912 en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, cerca de Frascati, por Wilfrid Voynich, un comerciante de libros raros de origen polaco.
El manuscrito está escrito en un idioma –o tal vez un código– que nadie ha logrado descifrar todavía, ni los eruditos más ingeniosos, ni las inteligencias artificiales más sofisticadas.
Las escasas informaciones seguras sobre el manuscrito se encuentran en una carta de 1665 de un tal Johannes Marcus Marci, rector de la Universidad de Praga, así como médico privado de Rodolfo II de Bohemia; una carta que el propio Voynich halló en el interior del manuscrito. Marci le había enviado el volumen a Roma a su amigo y erudito Athanasius Kircher para que intentara descifrarlo. En la carta, Marci declaraba que el libro se lo había entregado un amigo farmacéutico, quien lo había recibido a su vez de Rodolfo II de Bohemia.
Excéntrico y culto, Rodolfo II tenía en alta estima el arte alquímica, hasta al punto de dar cobijo en sus dependencias a más de cien alquimistas, a quienes alojó en lo que todavía hoy se conoce como «el Callejón del oro de Praga».
Una de las hipótesis más difundidas sobre el manuscrito Voynich supone que se trata de una sofisticada estafa a expensas de Rodolfo II de Bohemia, realizada por un experto en artes alquímicas sin identificar, quien le habría vendido el volumen, realizado por él mismo, haciéndolo pasar por el diario de Roger Bacon, por el que le sacó la cuantiosa suma de seiscientos ducados venecianos.
Muchos fueron los alquimistas a quienes se atribuyó la autoría del manuscrito: además del ya mencionado Bacon, también el inglés John Dee y su colega Edward Kelley, conocido este último por su capacidad de hablar con los ángeles gracias a la lengua enochiana.
En mi novela quise rendirle un homenaje a este fascinante alquimista, bautizando con su nombre a uno de los personajes principales, el reverendo Edward Kelley, distinguido estudioso de textos antiguos y severísimo maestro de la joven protagonista.
Después de ser enviado a Roma, el manuscrito ya no regresó a Praga a las manos de su legítimo propietario –lo que sustenta la tesis de quienes consideran un libro prestado como un libro irrecuperablemente perdido–, sino que permaneció durante varios años en la biblioteca del Collegio Romano, para ser transferido más tarde al colegio de Villa Mondragone, donde los padres jesuitas lo vendieron a Wilfred Voynich para pagar obras de restauración.
Por una cruel ironía del destino, el que es hoy uno de los libros más valiosos del mundo no trajo mucha suerte a su descubridor, quien durante toda su vida intentó venderlo sin éxito.
Después de la muerte de Voynich, el manuscrito lo compró, por un precio bastante modesto, otro comerciante de libros antiguos, quien, después de buscar en vano un comprador, resolvió donarlo a la biblioteca de la Universidad de Yale, donde aún se conserva a la espera de que alguien desvele sus secretos.
Mientras leíais sobre el misterioso manuscrito Voynich, con la ayuda de mi smartphone he investigado yo sobre el viejo documento encontrado en la bodega de mi tía, y he descubierto que la lengua en que está escrito es el sueco, y que casi con certeza no se trata de un texto antiguo, sino más bien de unos vulgares papeles que amarillean debido a la humedad; hipótesis confirmada por el hecho de que el documento contiene las instrucciones de montaje de una estantería, qué casualidad, la misma en la que está colocada la lata de conserva, objeto de mi expedición a la bodega.

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